El Illampu, los rastros del apogeo de la quina y la caverna de San Pedro, son algunos de los motivos que hacen de este lugar un destino obligado para los turistas.
Quien visitó el valle de Sorata seguramente tiene grabada en la memoria el ingreso a este poblado, ese descenso en zig- zag desde la planicie del altiplano del noroeste paceño, a 148 kilómetros de la sede de Gobierno.
A lo largo de la ruta -como en todas las que hay al menos en el departamento de La Paz- se ve una infinidad de perros que ven pasar las movilidades o se animan a correr tras ellas. “Son perros limosneros”, dice el chofer que nos conduce hacia el valle.
“Hay que darles pancito”, añade. “Son la reencarnación de muchos de nosotros (los choferes) que han muerto en el camino, por un accidente”, continúa el hombre con una seguridad que hace estremecer el cuerpo.
“¿Hay muchos accidentes por aquí?”, pregunta uno de los pasajeros seguramente impresionado por el comentario del conductor. “Antes, ahora ya no tanto”, responde inmediatamente el chofer con un tono que sugiere que para él un accidente puede ser algo normal. “Tengo más de 20 años viniendo por aquí”, dice y uno ya entiende su lógica.
Felizmente comienza a aparecer la belleza de Sorata y el vértigo por la “bajada” y los comentarios del chofer empiezan a disiparse. Es que de los más de 3.800 metros sobre el nivel del mar del altiplano paceño (donde están Achacacachi y otros poblados), en e valle se baja hasta menos de los 2.600. La temperatura cálida es la primera señal que el cuerpo percibe de este cambio; mientras la vista se sigue recreando con el paisaje del valle, que poco a poco se va tiñendo de verde.